jueves, 5 de agosto de 2010

CAP 41

La nevera a su lado con la botella de vino había sido fácil de esconder ante sus padres. Él había llevado otras veces vino a casa de miley, pero había tenido que ocultar la cadena de margaritas que había hecho cuando no lo había visto nadie. Su madre parecía vigilarlo con más atención, así que tendría que tener cuidado con parecidas preparaciones en el futuro.
El futuro. Se le ocurrió entonces una idea terrible. Quizá esa noche fuera la última. Después de todo, una vez resuelto el problema de la virginidad de miley , no necesitaría seguir con aquel arriesgado asunto. Ella lo quería para un trabajo en concreto y, después de esa noche, el trabajo estaría terminado.
Maldición, no podía pensar en eso o se deprimiría. Y definitivamente planeaba disfrutar. Si sus hermanos descubrían lo que estaba pasando lo freirían, así que tenía que hacer que el riesgo mereciera la pena.
Aparcó en el camino y notó que estaba temblando como un potrillo recién nacido. Las luces del salón estaban apagadas y con el corazón desbocado, agarró la nevera y subió los escalones del porche.
Tal y como había esperado, la puerta no estaba a cerrada. Entró con el pecho comprimido del esfuerzo por respirar con normalidad y tropezó con una margarita. Un reguero de ellas iba desde el recibidor por todo el pasillo. No tenía duda de dónde acabaría aquel sendero. Se dio la vuelta y cerró con llave.
Posó despacio la nevera y el sombrero en la mesita del salón, abrió la nevera y sacó la cadena de margaritas y el vino. Esquivando las margaritas se fue a la cocina a abrir la botella. Si no lo hacía entonces dudaba poder hacerlo más adelante. Con la cadena de margaritas metida en un brazo, la botella en una mano y dos copas en la otra, siguió el reguero de margaritas.
Se había preparado a sí mismo para una tentadora imagen de miley tendida en la cama y con poca ropa encima, pero la escena que ella había creado lo dejó sin aliento. La sangre le martilleó en las sienes al contemplar la fantasía de todo hombre: una virgen encerrada en un burdel.
Unas cortinas de terciopelo rojo y las bombillas rojas daban un ambiente de pecaminoso placer. Sus guantes de piel esperaban en una mesilla y en la otra una bandeja de comida que podría haber sido sacada de una orgía romana: tomates enanos, melocotones aterciopelados, espárragos helados y racimos de uvas maduras.
Fuera por la fruta o por alguna fragancia exótica que miley hubiera añadido, la habitación ya olía a sexo y una suave música de fondo sonaba en el estéreo. Había colocado espejos enmarcados con pañuelos en distintos ángulos y todos reflejaban la pieza central de la habitación, una cama cubierta de virginal satén blanco con una montaña de cojines de satén de todas las formas y tamaños.
Reclinada sobre aquel nido había una mujer a la que nick apenas reconocía. Aunque las diminutas tiras de satén blanco que cubrían sus senos parecían inexistentes, conseguían resaltar su escote, donde la perla descansaba en su suave valle. Deslizó la mirada hacia el liguero y las bragas que definían su feminidad en formas que él ni siquiera hubiera imaginado posibles. Los ligueros sujetaban unas medias blancas con perlas y encaje en el borde. Lo último que asimiló fue que miley, una mujer que siempre usaba zapatos de deporte o botas bien usadas, tenía unas sandalias blancas de tacón alto.

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