sábado, 11 de diciembre de 2010

CAP 79

miley miró enfrente. Joan y Rhino ya se estaban acercando, así que no tenían mucho tiem-po. Bajó la voz al hablar.
-Maldita sea, no pienso consentir que aceptes la culpa de todo esto. Fue idea mía y soy yo la que debería sentirme culpable, no tú.
-Como te he dicho, podría haberte rechazado.
-Tú sabías que iba buscar a quien fuera para hacerlo y tenías miedo de que acabara con gentuza.
-Sí y también estaba ese vestido -miley lo miró enfadada-. ¿Por qué te lo has puesto hoy, miley ?
-Porque había empaquetado todo lo demás.
-¿Y la perla?
El corazón le dolió tanto que apenas podía respirar.
-Nick, yo...
-Prométeme una cosa.
-¿Qué?
-Que la llevarás puesta en Nueva York.
-¡Dios, no puedo dejar un instante a mi gente sin que la disciplina caiga por tierra! -exclamó Joan, que había llegado en ese momento.
Rhino miró con suspicacia a Nick.
-Vamos, Nick. Tengo un cargamento de hamacas en la furgoneta que quiero que me ayudes a instalar.
-Claro.
Nick miró a Miey , que estaba frotando la perla con una mano. La soltó y se dio la vuelta. Su petición la había confundido por completo. Sabía que llevar la perla sería un constante re-cuerdo de él que impediría que se fuera con nadie más.
Cuanto más lo pensaba, más se enfadaba. ¿Quién se creía que era, intentando atarla de esa manera cuando él no tenía ninguna intención de comprometerse?
Sus padres llegaron poco después. En cuanto la fiesta estuvo en pleno apogeo,Miley procu-ró hacerla especial para ellos sabiendo que en una semana ya no podría verlos ni hablar con ellos. Se preguntó de nuevo si no estaría cometiendo un grave error al irse, pero ya no podía cambiar las cosas y, además, necesitaba alejarse de Joe. Si se quedaba allí, se le rompería el corazón sin remedio.
Aunque dedicó toda su atención a la fiesta, no podía dejar de escuchar su voz, su risa, ser consciente de su mirada, de su presencia. Era como si un hilo invisible la atara a él.
Por fin, decidió que el colgante de perla era parte del problema. No podía llevarlo a Nueva York y mucho menos ponérselo. Nick debía saberlo.
Se disculpó con el pretexto de que necesitaba ir a los aseos del parque y, cuando se apartó de la multitud, se lo quitó con manos temblorosas. Una vez hecho, se sintió como si se hubiera enganchado el corazón en un alambre de púas Pero eso era lo que tenía que hacer. Encontró a Nick comiendo pastel y charlando con un par de rancheros vecinos.
-Perdóname, Nick.
-Claro -la miró con debilidad-. ¿Qué pasa?
Ella estiró la mano y le metió la perla en el bolsillo de la camisa.
-¿Puedes guardarme esto?
Entonces, conteniendo un sollozo, se dio la vuelta y se alejó de allí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario